
Después de un año de ausencia, las chinas supay, los diablos y los morenos volvieron con toda la fastuosidad del Carnaval de Oruro. La entrada patrimonial estuvo marcada por los controles de bioseguridad y las quejas de los dueños de los locales, que consideraron que hubo escasa participación del público.
Una señal de eso es que durante la mañana varias graderías permanecieron vacías. Los responsables de esos asientos invitaban a viva voz a los transeúntes a que escogieran su lugar para ver la entrada.
“Está vacía la entrada”, manifestó Doña Eliza (50) una vendedora de api con pasteles. “En anteriores años a esta hora (14:00) ya me quedaba sin comida. No ha venido mucha gente del interior y menos aún del exterior”, se lamentó.
Los asientos ubicados a ambos lados de la avenida se fueron llenando poco a poco. En cambio en la plaza principal 10 de Febrero, la velocidad fue más alta.
Eso no desanimó a los artistas. Los organizadores calcularon que alrededor de 20.000 bailarines estuvieron en la entrada. Estaban distribuidos en 50 fraternidades.

Junto a ellos estuvieron los músicos de las principales bandas de Oruro. Músicos de la Poopó o la Pagador acompañaron a los diablos, caporales, morenos y wakatokoris, a veces robándose el show, como los platilleros de la Poopó.

El público soltaba vítores cada vez que una de sus fraternidades favoritas pasaba. Las morenadas Central y Cocanis, la Diablada Tradicional de Oruro y los Sambos Caporal estaban entre ellas.
La Policía nacional también participó. Armó un coche alegórico en el que se mostraba un accidente y la danza de los portadores de ataúd. Fue parte de una campaña contra el exceso en el consuno de alcohol y la violencia intrafamiliar.

Todos los participantes portaban sus carnets de vacunación. Los llevaban colgados del cuello o pegados a los trajes.
Asimismo se insistió en el uso del barbijo. Algunas fraternidades aprovecharon para portar cubrebocas marcados con su enseña. También se vieron protectores de plástico.
En la Iglesia del Socavón, donde termina la entrada, se limitó la asistencia a sólo los bailarines y periodistas. Asimismo se determinó que la entrada y salidas serían por puertas distintas. Pero ese control fue menor en las calles adyacentes. Y casi nulo entre el público, el cual tampoco guardó distancia social.

Asimismo, a lo largo del día se fue recrudeciendo el juego con espuma. Primero sólo se daba entre los niños, para la tarde adolescentes y jóvenes organizaban batallas campales entre las graderías y, a veces, en el camino de la entrada carnavalera.
Eso sí, los residentes destacaron una mayor moderación en el consumo de bebidas alcohólicas. “A las 15:00 ya teníamos los primeros mareados. Ahora no o han sido muy pocos”, contó Luisa Quispe (45) una vendedora.
Cerca a la Iglesia del Socavón se instaló la Feria del Calvario. Los participantes ofrecían artesanías que iban desde alcancías de yeso con la forma de superhéroes y personajes de cine y videojuegos hasta pinturas sobre cerámica. En el evento hubo concursos y también se comercializó el tradicional api con pasteles.
No hubo presencia de autoridades estatales. El presidente Luis Arce se encontraba en Santa Cruz y se limitó a escribir un tweet en el que aseguró que la fiesta se realizó gracias a la campaña de vacunación que lleva adelante su gobierno.
//Pagina Siete